jueves, noviembre 09, 2006

Mis relatos semanales

TINTERO VIRTUAL CCLIX "LA LUNA Y EL MAR"

"Tengo un secreto..."


Verás, hastiado de mis batallas diarias, todas las noches que puedo me acerco al mar. Si hace frío me quedo en el coche, a veces ni paro, sólo vago con la ventanilla bajada oliendo su cercana presencia. Pero aquella era una noche extraña de finales de enero con una temperatura de primavera. Bajé del coche y mis pasos se deslizaron rozando la arena de la playa, antes habían sentido el suelo temblar, pero en ese momento ese suave roce en la suela de mis zapatos me llevaba por sueños y podía ver como se encendían las estrellas. Aspiraba el aroma del mar con bocanadas de fantasía, el murmullo de las olas, las caricias de la espuma. Me quedé ensimismado en aquellos instantes de paz, los últimos instantes de la jornada. Por primera vez en mucho tiempo olvidaba las últimas horas de un día cargado de mentiras y estrategias, fue entonces cuando descubrí a mi otro yo, un ser que me habita dormido, un soñador que sólo consigue asomar en esos instantes nocturnos. Entendí que no debía dejarlo asomar, me esperaba mucho trabajo acumulado en el despacho para seguir con las mentiras del día siguiente. Tenía la llave del coche en la mano y me resistía a abrir la puerta, a volver. Di una amplia mirada a la noche y descubrí una fina silueta inmóvil frente al mar, parecía un espejismo producto de la imaginación de mi otro ser. Sus brazos dibujaban un clamor femenino hacia el cielo, me cautivó. Mi ser soñador se apoderó de mí totalmente y consiguió atenazarme haciéndome quedar allí.

Su fina silueta, pequeña y delgada, absorta frente al mar, inmóvil, formaba parte del paisaje. Quedé hechizado ante la dama misteriosa que parecía charlar con la Luna. Me pareció intuir su desgarro e intenté acercarme, pero, ¿quién era yo para entrometerme? Seguía inmóvil, daba miedo verla, ¿a qué esperaba? Mi ser racional, el astuto, me llevó a la realidad de mi coche y a mi despacho. No conseguía quitármela de la cabeza. Volví, recorrí la orilla angustiado y no la encontré, necesitaba encontrarla. Esa noche soñé con ella, y las noches siguientes también, y volví a la misma orilla sin encontrarla. Deseaba dormir para soñarla.

Una tarde volví a casa más pronto de lo habitual, me envolví en un atasco lleno de mentirosos como yo. Encendí un cigarrillo, mientras empujaba el humo contra el vaho de la ventanilla apreté el botón que lo hizo deslizar y allí vi mi esperanza, la luna asomaba y parecía estar llena. Mi ser soñador estampó su sonrisa ilusionada en mi rostro y me impacientó, hice sonar el claxon, apuré el cigarrillo, subí la ventanilla, la bajé, estaba sorprendido.

– ¿Por qué?, No es tan extraño en un atasco.

No podía permitirme ese atasco, estaba obsesionado. Además yo, el ejecutivo de la mentira, estaba perdiendo los papeles. Soy frío, calculador. Decidí relajarme hasta que el atasco de mentirosos comenzara a circular de nuevo. Llegué a casa, solté mis falsas herramientas, me di una ducha y borré mi careta. Salí con un cuerpo nuevo, sin memoria y me lancé al galope convencido de encontrar a la dama que hablaba con la luna. El sonido de mi corazón retumbaba en el automóvil haciéndome imaginar los cascos de mi caballo. Mi ser soñador aparecía resplandeciente. Llegué y ella no estaba. Yo esperaría lo que hiciera falta y me quedé dormido. El zumbido del sintonizador que anunciaba una hora en punto me despertó y allí estaba ella, inmóvil. Tenía los pantalones arremangados, sus pies y sus pensamientos metidos en el agua, las manos en los bolsillos. Escuchaba a la luna y asentía mientras caminaba despacio y hacia adentro.

Me quité los zapatos, me arremangué deprisa y cuando levanté la mirada ella ya no estaba. Me acerqué corriendo a la orilla, incluso me adentré en el agua temiendo que estuviera ahogándose. Agudizaba el oído, mis sentidos y no percibía nada, solo el silbido de la espuma. Al cabo de un buen rato volví consternado hacia el coche. Desde dentro, mientras me ponía los calcetines, volví a ver el clamor de su silueta. Al salir del coche vi como una estrella se encendía cada vez que ella asentía. Yo intentaba acercarme y ella se esfumaba, se desvanecía. Sufrí un leve lamento, me acerqué por última vez y me detuve justo en el punto en que ella comenzaba a ser invisible y deshice mis pasos hacia atrás sin dejar de mirarla. La luz de la luna formaba unas siluetas caprichosas que se reflejaban en aquella orilla. Allí y solo para mí, una dama tomaba forma mientras bailaba y hablaba con la Luna con los pies en el agua, surgida del mar.


Ese es mi secreto. Ahora cuéntame el tuyo.

– [...]


[ ecumedesjours ]

1 comentario:

una mujer dijo...

Este relato fue un desastre...

Pero la idea es bella, he de desarrollarla.

Por cierto, ¿alguién ha leido "El rayo de luna", de Bécquer?