miércoles, julio 25, 2007

Mis Relatos Semanales



TINTERO VIRTUAL CCCIII - Homenaje a Richard Matheson, "Soy Leyenda"




"Florence"

Bajo del tren y aspiro el aroma de mi origen, regreso de un viaje tan largo como lejano.

Regreso a la tierra en que nací porque me estoy muriendo y debe ser muy incómodo, para la poca familia que me queda, la burocracia que supondrá recuperar mi cadáver y trasladarlo al panteón familiar.

Primero salí de mi pueblo rumbo a la ciudad y huyendo del hastío de mis paisanos, después la ciudad se me quedó tan pequeña que me fui a la capital donde volví a sentir lo mismo, y así fue como acabé saliendo del país donde no encontraba más que mentes arruinadas incapaces de soñar, ni siquiera pensar en una evolución. Toda mi infancia transcurrió esperando los dieciocho años que me otorgarían la libertad para salir de casa sin necesidad del permiso paterno ni materno y con su bendición.

Tengo mil oficios, tantos como ideas han ido despertando en una mente y un alma demasiado inquietas y curiosas. La curiosidad por el cuerpo humano me llevó a estudiar enfermería, entre otras cosas, después del trabajo. Comencé la aventura hospitalaria sustituyendo, sobretodo, a funcionarias enfermas por su hastío, y, por eso mismo, para escapar de él enfermaban: depresiones y neuralgias inventadas para alargar sus vacaciones y remozar sus casas. Y así fue como me convertí en una leyenda. La muerte huía ante mi presencia, en el servicio en que yo aparecía la gente dejaba de morir. Los unos sanaban mientras los otros posponían su muerte a la espera de que yo terminase mi contrato. No fue casualidad que me reclamasen para trabajar en la Unidad de Cuidados Intensivos, incluso se rumorea que fue una apuesta entre el Director del Hospital y su amigo íntimo el Delegado de Sanidad, a la que se unió todo el personal en una gran porra. Yo no era consciente, todavía, de esta morbosa situación que generaba mi presencia. Era una joven idealista y con una vocación de entrega poco común entre el resto de empleados, funcionarios con plaza fija ganada por oposición para toda una misma vida. El turno de noche comenzaba siendo ajetreado, se administraban dosis, se recogían muestras, se median, se revisaba todo, se preparaba la medicación siguiente y se dejaba todo listo para descansar un rato, tejer y jugar al parcheese. Yo paseaba por las salas, como Florence Nightingale, entre los enfermos aislados del mundo, aquellos que van y vienen, yo les otorgaba una energía vital que entonces me era desconocida. A pesar de la sedación, a uno de mis pasos suspiraban y a veces abrían y cerraban sus manos suplicando un instante de mi compañía en su sueño, mi energía, mi hálito.

Una noche llegó un joven que se convirtió en mi favorito, llegó roto, destrozado tras un accidente de automóvil del que había sido el único superviviente. Me entregué a fondo, en los turnos de noche cogía un taburete, aguja y sutura y reparaba las costuras de sus heridas superficiales hechas con urgencia aquella noche aciaga. Era un joven muy guapo, nadie daba un aliento de vida por él, pero no era su momento y no cesé en mis cuidados y, mientras enjuagaba su boca reseca con una gasa empapada en agua con una gotita de menta, sus labios se inquietaron, temblaron y supe que quería hablarme, le acaricié la frente, sonreí, le calmé, me acerqué y sentí el roce de sus labios en mi mejilla. A los pocos días recibí la noticia de mi cese ya que la enfermera a la que estaba sustituyendo volvía a incorporarse a su puesto. Estuve dos semanas soñando con D L, dándole energía y vitalidad hasta que me enteré de aquella porra que ya había comenzado a cobrarse las primeras víctimas de mi abandono. Mi ausencia comenzaba a ser letal, y decidí visitar a mi enfermo favorito. Lo encontré ya en una habitación, descansando, con la mirada hacia el final de la ventana.

- Hola D.L, ¿cómo estás?

Su rostro mostró la sonrisa de aquél que reconoce al ángel que le ha cuidado mientras vagaba perdido en un camino de niebla y de nubes. Se emocionó al reconocerme y yo era feliz por su recuperación y me apresuré a comprobar lo bien que cicatrizaban las heridas. Y así fue cómo me habló de la apuesta, ya que en su sedación el personal sanitario no contaba con que él sobreviviría para contármelo.

D.L. ganó su apuesta.

[ecumedesjours]



Florence Nightingale
English coloured engraving, c. 1855


*Esta historia es verídica en un 89%, me hubiera gustado que ese hubiera sido el final...

1 comentario:

null dijo...

Acabo de ver tu entrada del 2 de abril. Es curioso como los Immaculate Fools inspiraron el mismo tipo de sentimientos por estos lares.