miércoles, octubre 15, 2008

Mis Relatos Semanales


TINTERO VIRTUAL CCCLXIV:

"El Oscuro Pasajero"





Los hechos que voy a narrar sucedieron hace cuatro años y mi vida cambió en todos los aspectos. Conocí a Eva en la Feria del Libro, ambos firmábamos nuestra obra en una caseta bajo el techo de la misma editorial. En nuestro último día como estrellas melifluas y efímeras me ofrecí a acompañarle al hotel y me invitó a subir. No pude negarme, había algo en ella que despertaba en mi un pasajero oculto al que todavía no conocía. Quizá fueron sus suaves medias, o la liga que asomaba tímida con sus movimientos, o el encaje que veía gracias a su escote, el detalle de no ver nunca sus piernas cruzadas, siempre con falda, ligeramente separadas y alto tacón. Ese día llevaba todo eso y botas, cuando me agaché a recoger un folleto que cayó de sus manos me quedé un instante que pareció eterno allí abajo, a sus pies, y al elevar la mirada despacio desde la punta de sus botas y alcanzar el final que rebasaba su rodilla, pude comprobar que aquellas piernas continuaban hacia el infinito.

En cuánto la puerta de la habitación se cerró tras nosotros me agarró de la corbata llevándome a sus labios, mis manos fueron torpes y se precipitaron a arrancar su ropa y ella me frenó. Situada frente a mi y a espaldas de la cama comenzó a desnudarse despacio, me pidió que me sentara en un sofá y se desprendió de lo más superficial quedando ante mi una preciosa mujer con medias, botas altas, corsé con ligas y nada más; y así mostraba su sexo totalmente rasurado y lo ofrecía para mi. Se dio la vuelta, dobló la espalda hacia la cama apoyando sus manos en ella y me mostró su precioso trasero mientras decía: “Es para ti, mi señor”, yo seguía esperando más y más de aquella actuación, se dio la vuelta y abrió la cama, entre las sábanas había una fusta de cuero que me ofreció: “Me gustaría que fuera para ti, si la aceptas serás mi Amo”. En aquél momento yo no era consciente de lo que suponía aquella entrega por parte de ambos, sólo sé que el morbo era ese oscuro pasajero que siempre había llevado oculto y que ella me enseñaba a mostrar y a usarlo con ella.

Teníamos citas esporádicas, lo llamaba “sesiones”, le gustaba que le insultara mientras follábamos como salvajes, que me agarrara a su pelo como si fueran las crines de mi yegua y la sometiera a cuatro patas como una perra, mi perra. Y así, sesión tras sesión, fue demandando más y más de mi, su Amo y Señor; me rogaba tiranía y castigos y tras ellos se mostraba tan dulce y melosa, tan orgullosa de sentir mi polla hinchándose en su boca y no detenerse nunca que aquello me parecía un regalo de alguno de los cielos. Una noche la bauticé y la hice totalmente mía, para mostrarlo al resto de los hombres le puse un collar negro, fino y de cuero. Era mía...
Seguía pidiendo más y más, azotes, palmadas, cachetes y golpes con la fusta, hasta el punto de necesitar que le dejara marcas para así acariciarlas en nuestras ausencias.

Llegó el día en que la sensatez y, sobretodo, la urgencia de mi novia formal por casarnos me hizo tomar una drástica decisión. Aquél juego debía llegar a su fin. Hablé con Eva, le expuse el final y me propuso una última sesión. Fue la más apasionada, dura y salvaje de todas. Salí de la habitación desconcertado, sentía alivio y por otro lado desazón por el adiós a esa droga que me había enganchado. Estuve paseando varias horas sin destino, deambulando, escuchando a las furcias de la noche y al silencio.

Al día siguiente Luisa, mi novia, me sorprendió al salir del trabajo, llevaba cena para preparar y una película que siempre queriamos ver juntos, “El corazón del ángel”, un Robert de Niro diabólico convertido en Louis Cyphre y un Mickey Rourke que seguía despuntando y mientras disfrutábamos de ella, de la cena y de caricias, de pronto empezaron a sonar golpes en la puerta hasta derribarla, fue todo demasiado deprisa. Una docena de policías invadía mi casa y me llevaban detenido por delito de agresión, maltrato y violencia de género. Luisa no entendía nada y cuando se lo conté hizo todo lo posible para ayudarme a salir de allí. Vaciaron mi disco duro y entre sentencias y revisiones se pudo demostrar que la historia con Eva fue consentida. Luisa me dio un beso cuando mostró mi inocencia y desapareció para siempre, la editorial nos vetó a los dos escritores y ahora lo único que escribo son esquelas y epitafios.

Han pasado cuatro años y todavía sigo masturbándome pensando en Eva...


[ecumedejours]



Fotografía de Vlad Gansovsky

1 comentario:

Odiseo de Saturnalia dijo...

Me imaginaba el final como en el Imperio de los Sentidos...

Escritores, Feria del Libro... mmmmmm... sin palabras.

Me acabo de mirar las muñecas, por si tuviera huellas.