martes, enero 13, 2009

Mis Relatos Semanales


TINTERO VIRTUAL CCCLXVIII:

De burlas y burlados





Sacramenia [Los elginistas]


Casa de reposo en Sacramenia, interior de una sala espaciosa y confortable, la preferida por el padre, una especie de santuario de paz construido sobre robustos muros de piedra vista que impresionan, una biblioteca poblada y habitada por los clásicos y favoritos, un fuego abundante crepita en la chimenea. El hijo mayor, sentado en el sofá, mira fotos antiguas. Al anciano le gusta la escena; baja a la bodega y escoge una de las botellas, limpia el polvo del tiempo y sube con ella satisfecho. El hijo sonríe al verle entrar con tan buena compañía y le sugiere el descorche inmediato, lo hace mientras le cuenta una historia de la familia, la historia del abuelo y de sus muros; la historia de su padre.

Mi padre trabajó en uno de los almacenes portuarios del magnate Hearst en el Bronx. Fue en el año 1925 cuando le sorprendió la descarga de diez mil quinientas setenta y una cajas procedentes de España, más tarde averiguó que venían de Segovia de un lugar llamado Sacramenia. La curiosidad le llevó a descubrir que el contenido de aquellos embalajes por valor de cuarenta mil dólares eran toneladas de piedras con destino al palacio que Hearst estaba construyendo en California.

Y así conoció a la abuela Juanita; Mary Jean Claudine Stafford. Ella trabajaba como secretaria en el Registro de entrada de mercancías, la sedujo con su curiosidad y le facilitó toda la información sin apenas darse cuenta, como hacen los enamorados. El abuelo escogió su nombre entre el abanico de posibilidades y la bautizó como Juanita.

Su turbación fue completa al descubrir que las treinta y cinco mil setecientas ochenta y cuatro piedras formaban un puzzle sagrado de muros hasta completar un claustro de origen cisterciense de principios del siglo XII. Nada le sorprendía de aquellas gentes que eran capaces de vivir en palacios que ya hubieran querido los mismísimos Reyes Católicos. Sin embargo, el abuelo pensaba, afligido, en lo mal que debía estar España para vender sus Iglesias y desmembrarlas de esa manera.

La carga iba embalada con paja española y por entonces la fiebre aftosa estaba muy extendida, así que fue sometida a una cuarentena de tres años. Mi padre lo tomó como una cruzada divina y poco a poco fue sustituyendo algunas de aquellas piedras por otras y fue enviándolas una por una de vuelta a España. En los años de la cuarentena apenas logró sacar un centenar. Pero los designios del señor fueron claros y llegó la brutal crisis económica de 1929 y parecieron olvidarse. Cuando volvieron a acordarse fue con la intención de venderlas, pero a nadie le interesaban unas piedras con una guerra mundial de fondo que todo lo que tocaba lo convertía en ruinas y desolación.

Veintiséis años estuvo mi padre velando por aquellas piedras en el Bronx hasta la muerte del magnate. Mil veinticinco piedras llegaron a Valencia durante esos veintiséis años. La madre de mi padre, tu bisabuela, fue guardando cuidadosamente lo que recibía de su hijo con una fe ciega en él, sin preguntas. Su hermana no entendía nada y se enfadaba por no recibir tanto dinero como sus amigas que también tenían hermanos haciendo las Américas, pero cuando murió la madre, la hermana siguió guardando la caja que llegaba puntual cada quince días con la fe de la costumbre.

En el año 1951 la carga partió a la Florida y de allí a Miami. El abuelo nos recogió a todos y nos trajo a casa. Nos costó mucho adaptarnos a una España que yo no conocía y que mi padre no reconocía. pero con dólares no nos fue mal.

Cumplió el sueño americano a su manera, mientras sus amigos y paisanos enviaban dólares a casa mi padre enviaba las piedras de su conciencia, de una en una.

– Hijo mío, bebamos más de este vino




A mi abuelo Adolfo, joven aventurero
[ecumedejours]

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