domingo, octubre 29, 2006

Mis relatos semanales

EL RINCÓN DE SHEREZADE - Los Cuentos de las Mil y Una palabras XI

"DULCE VINO DE OLVIDO"


"El dulce vino de tu olvido" [ Relato ganador en Sherezade XI ]

Al salir de casa era inevitable no topar contigo. Yacías desplomado ante mi casa y tu peso no me permitía abrir la puerta. Por la mirilla vi como un perro levantaba su pata sobre tus piernas y se meaba sobre ti. Llegué a pensar si estarías muerto, tu peso me hacía temer algo así, pero entonces escuché como balbuceabas “ne me quitte pas, ne me quitte pas”, una y otra vez. Por fin en uno de mis empujones pude salir y te vi como un deshecho humano oliendo a orines, a acres y a vinos. El olor era tan fuerte y desagradable que tuve que entrar en casa a vomitar el café. Salí de nuevo, te tomé el pulso, latías. Abrí tus ojos, eran tan verdes y profundos que llegué a ver el desgarro de tu alma.

– Oye.... – dije suavemente –

– Ne me quitte pas... ne me quit..

– Despierta ...

– Ne me..

– Despierta, voy a prepararte un baño y un café – fue entonces cuando tus ojos se abrieron solos, sin mi ayuda –

Tu edad era indescifrable, las capas de roña curtida endurecen hasta los rasgos de un niño. Poco a poco pude ir levantándote. En varias ocasiones temí caer junto a ti o, peor aún, encima de ti. Conseguí que tu brazo rodeara mi hombro para darte apoyo y un chico joven que hacía footing se detuvo para ayudarnos. Puse una sábana sobre el sofá y allí te sentamos. El chico estaba desconcertado, la situación no era corriente. El contraste de miseria que ofrecías como ser humano y el lujo de mi casa no encajaban en la mente del muchacho.

– Gracias, es la primera vez que lo veo. Pero no podía dejarlo así – el chico te miraba y después me miraba a mí –

– Soy médico, me llamo Ernesto – mientras exploraba el fondo de tu ojo y te auscultaba – Bien, lo primero que necesita es un baño – dijo sonriendo y tapándose la nariz. –

Me ayudó a preparar el baño, te fuimos quitando aquellas ropas casi adheridas a tu vida y te metimos en el agua. Ernesto fue buscando por tus bolsillos y recogía lo que encontraba poniéndolo en el lavabo. Las ropas las metía en una bolsa de basura. Yo comencé a enjabonarte los cabellos pegados y enredados. Lo hice con cuidado, no sé por qué intuía un niño bajo aquella costra, tu cuerpo se mantenía firme, no debías tener mucho más de 40 años. Tu cabello recuperaba su color, era castaño, conseguí desenredarlo con suavizante, con paciencia y con un peine. Sonreías. Ernesto lavó el resto de tu cuerpo y mientras tanto yo llamaba al trabajo para avisarles de mi ausencia. Busqué ropas para ti. Nos mirabas, no hablabas. Ernesto te ayudó a vestirte y te sentaste conmigo en la cocina mientras él nos dejaba anunciando que volvería a visitarnos al final de la jornada.

– Mi nombre es Julia – Te pregunté si querías leche con el café y fingí no ver el recorrido de la lágrima que resbalaba hasta caer en tu pierna. Me serví un café solo para acompañarte y preparé dos tostadas. En aquellos momentos te veía como un animal asustado, receloso de la mano que le ofrece cariño porque espera un golpe tras él. Comiste despacio y en silencio, hasta que rompiste mis pensamientos –

– Julia, encantado. Tienes un nombre precioso, ¿lo sabías? – fue entonces cuando mi corazón empezó a cabalgar sin medida, fue en ese momento cuando reconocí tu voz y tus palabras. Jamás había escuchado una voz tan bonita como la tuya. Habían transcurrido seis años desde que desapareciste y ahora estabas ahí, aquí, sentado a mi lado, en la cocina de mi casa. ¿Era casualidad? No, no podía serlo. –

Estaba tan desconcertada, vivías en otro instante paralelo al mío. Estuvimos horas sentados, uno frente al otro, en silencio. Tú mirabas sobre el fondo blanco de la nevera y tenías tu propia película. A veces sonreías, otras derramabas lágrimas y otras cerrabas tus ojos verdes y te dormías. Yo te miraba, iba descubriéndote los rasgos. Seguías siendo atractivo, tu mirada miope, aquella que se perdía en mis profundidades cuando hacíamos el amor seis años atrás. En ese momento no llevabas lentes, debiste perderlas en cualquier jardín ¡Dios mío, cuanto te quise! Te llevé a la cama, necesitabas descansar y me tumbé a tu lado. Cuando te dormiste comencé a dibujar con un dedo el perfil de tu rostro y de tu cuerpo, recordaba cada uno de los poros de tu piel y me dormí a tu lado. Desperté en varias ocasiones y volvía a dormirme con ese sentimiento tan reconfortante que causa el calor del abrazo del compañero. Nuestros cuerpos seguían sabiendo ajustarse al milímetro sin necesidad de enseñarles, como siempre había sido.

Ernesto pasó por la tarde y le dije que dormías. Me dio su teléfono por si necesitaba algo y se despidió. Comencé a curiosear tus cosas, tus papeles, tus harapos, tus recortes. Allí estaba el reloj de plata de bolsillo que te regalé en tu cumpleaños, cuando cumpliste 36 años, seguías recordándome... Comencé a llorar de forma rabiosa todo el llanto que había contenido en mis últimos seis años, conseguí agotarme y volví a tu lado en la cama.

A la mañana siguiente me despertó la ducha que te acariciaba y entré contigo. Comenzaste a besarme, a acariciarme.

Hemos vivido todo este tiempo sin preguntarnos qué pasó desde aquellos seis años atrás hasta el momento en que te encontré tirado sobre mi puerta.

– sssh.... No me interesa, no quiero saberlo.

Simplemente quiero seguir a tu lado disfrutando del dulce vino de tu olvido.

[ ecumedesjours ]

1 comentario:

una mujer dijo...

Anoche gané en el concurso del Rincón de Sherezade. Empaté junto a gemmayla.

Gracias