miércoles, octubre 24, 2007

Mis Relatos Semanales

TINTERO VIRTUAL CCCXIV-LA PUERTA DE ATRÁS



La Puerta de la memoria

A simple vista el envoltorio era tosco, un paquete forrado con papel de estraza marrón, anudado con un cordel, firme y seguro; color hueso, casi blanco. Una pieza rectangular que reposaba en la cama recién hecha con sábanas blancas, sin arrugas, que resbalaban esparciéndose en el suelo por sus cuatro esquinas.

Olga había embalado el objeto de forma muy cuidada y detallada, no sin antes haberlo impregnado, por completo, del aroma de sus manos y su piel; al abrir cada página, al leer despacio el libro que iba a regalar, con amor.

Se habían amado hace mil años, ¡diez años ya! y ¡siete sin saber de él!, nunca más volvería a tener noticias suyas. Estaba avisada, algún día el oasis se desvanecería, y así fue. Desapareció de su vida, y Olga sigue cumpliendo las palabras que un día le dijera al oído:

– ¿Sabes?, este es el regalo más hermoso que me han hecho desde que era un niño – dijo él mientras abría la tapa labrada de un precioso reloj de bolsillo con el humo de una vieja locomotora. – Olga, gracias...

– Feliz cumpleaños, Manuel – alargó su mano y su sonrisa y le ofreció un segundo regalo, un libro que leerían a la vez pero en la distancia, en sus ausencias.

– Siempre me gustaron los relojes con las esferas blancas, de plata, es precioso. Dime que cada año estarás a mi lado en mi cumpleaños, dime que siempre tendrás un regalo para mí. – y la enroscaba entre sus brazos.

– Dulce y eterna promesa – le dijo Olga al oído y se acercó a sus labios – Prometido.

Hace muchos años que Olga no sabe ya nada de Manuel, pero cada uno de septiembre comienza la lectura de un libro buscado a lo largo del año, que sea bello, que le regale una sonrisa, que le recuerde a ella, a él, –“a nosotros, que me huelas y me respires”–, y así poder seguir cumpliendo su promesa, amarle a escondidas, en silencio, y solamente ella sabrá que tú lo sabes, y en algún momento de septiembre, estarán leyendo juntos, en la distancia, en su ausencia.

Escribió con tinta, del color del mar, la dirección de Manuel sobre el papel que ya adquiría sus arrugas y dobleces, y suavizaban el paquete como si se tratara de un frágil tesoro, y nada más apuntó. Sonrió como respuesta a la negativa ante la solicitud de un remitente por parte del funcionario de correos.

– Y, ¿si se pierde?
– No se perderá, confío en ustedes – y sonrió de nuevo –

A los pocos días un paquete sencillo llegaba al despacho del ejecutivo, una cuerda de hilo anudaba un paquete atrayente y esperado; llegaba siempre a tiempo de su cumpleaños, pero él lo recogía pasados unos días, realmente poca vida hacía en el despacho, demasiados viajes entorpecían su vida.
Adoraba cada llegada de septiembre, cuando la marabunta regresaba tras las vacaciones, y abría la puerta, y aspiraba, y la olía; a ella. Aquél paquete reposaba en su mesa destilando el aroma familiar de sus recuerdos, sonreía, tomaba el paquete y marchaba a casa, necesitaba besar a sus hijos.

Y, de vez en cuando, muy de vez en cuando, ocurre que ambos pensamientos y sueños viajan y se entrecruzan en algún instante, breve, fugaz, un suspiro; en algún camino por la puerta de atrás de sus vidas.

[A du Lac, amb tota la meva estima]
ecumedesjours

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