lunes, febrero 16, 2009

Mis Relatos Semanales




TINTERO VIRTUAL CCCLXXVIII Apátridas

Virginia tiene Alas



“... cuando era pequeña quería tener dos hijos negros, niño y niña. Me parecían tan bonitos con el pelo rizado, una pequeña nariz chatita, ya saben, esos rasgos tan bonitos. Aunque confieso que dudaba entre ellos y los esquimales, quizá todo se debía a los álbumes de cromos de mis hermanos, a las misioneras y misioneros dominicos que venían al colegio a contarnos sus vivencias, y a la baraja de las familias; mi juego favorito. Las cartas que agrupabas por familias se podían enlazar entre ellas formando un puzzle que a mi me parecía mágico porque nadie parecía haberse dado cuenta hasta que jugaban conmigo, y tenían que esperar a que montara aquellos planos desconocidos para jugar otra partida, y volver a montar, fascinados, el puzzle una y otra vez.

Siempre tuve un ansia inmensa por conocer el mundo y sus gentes, todas sus cosas. Decidí vagar errante, desde muy joven, por todos sus rincones hasta cumplir los cuarenta años y volver a mis raíces. Y volví con pasaporte griego, casualidades, podía haber sido con cualquier otro. Los tres años anteriores había vivido por diferentes pueblos de las costas griegas. Me casé con Ariscos Qaragholes, un buen hombre con el que fui muy feliz, él sabía que todo se desvanecería al cumplir mis cuarenta años. Nos conocimos en Argentina, tras mi divorcio con Pablo. Y antes en Polonia con Wlady, y en Syldavia, y...”

Cuando cumplió los cuarenta años volvió a casa como si nada hubiera sucedido. Todos habían crecido mucho y se habían hecho muy mayores. Así que ella llegó como un vendaval que les trajo la frescura y vitalidad que la familia creía perdida. Pero, como un pájaro al que engarzas sus alas en oro*, Virginia se fue apagando un poco cada día que pasaba. No estaba acostumbrada a la burocracia, al papeleo, a las solicitudes, a tener que pagar impuestos, a la obligación de exigirle una residencia, a figurar en el censo, a empadronarse para tener médico y esas cosas, permisos de circulación y tasas. No estaba acostumbrada a rendir cuentas a nadie. No sabía con qué nacionalidad establecerse, no le gustaba tener que escoger y rechazar.

Por las noches se escuchaba su voz impotente, no se sabía si dormía o si estaba despierta – ¿Por qué?, ¡Quiero ser apátrida! – repetía cada noche con más frecuencia hasta el punto de ser un runrún constante, una obsesiva pesadilla.

Y así fue como comenzó su lucha. A lo largo de su vida había tenido diferentes nacionalidades y oficios, había estado varias veces en todos los rincones del mundo, todo el planeta era su tierra y su patria; podía morir en paz en cualquier lugar. Con mi apoyo como psiquiatra logró comenzar por el principio. Visitó todas las embajadas de las que obtuvo nacionalidad en algún momento de su vida por cualquier circunstancia, solicitó situación de apátrida y quedó a la espera de la respuesta que no llegaba. No nos casamos por no dar impedimento a su petición que acabó llegando al Consejo Superior del Orden del Planeta y, por fin, una respuesta con una citación desmesurada. Su solicitud fue una provocación al equilibrio del sistema, la prensa preguntaba, las embajadas no intercambiaban opiniones, nadie se arriesgaba a mover ficha. Algunos intentaron sobornarla para que escogiera su país como nación y patria; nunca los delató.

Virginia estaba muy nerviosa y apenas pudo dormir la noche anterior a su entrevista con el Consejo. Cuando bajó escoltada de un coche oficial, multitud de cámaras buscaron su rostro, ella las sopesó sintiendo que miraba a toda la Humanidad. Mujeres y Hombres de todas las razas le coreaban esperando cómplices la respuesta a su petición. Conocía a muchos de ellos y ni siquiera podía abrazarlos; venían de lejos, de muy lejos.

Cuando le preguntaron fue incapaz de pronunciar palabra, la sorpresa ante tanta gravedad por parte de los miembros del Consejo y el increíble despliegue de cámaras, policía, gente y manifestaciones sobre cualquier cosa, le había impresionado y enmudecido. A mi, como su psiquiatra, me consintieron ayudarle a responder. Por fin pudo hablar:

“Mi conciencia es... global, cuando era pequeña quería tener dos hijos negros, niño y niña. Me parecían tan bonitos con el pelo rizado, una pequeña nariz chatita, ya saben, esos rasgos tan bonitos...”

La respuesta y sentencia ya estaba dictaminada antes de que Virginia pusiera un pie en el Palacio del Orden, y la aceptó sin mirarme. Me permitió acompañarle al aeropuerto y despedirnos.

Nunca le diré que fui yo quién les sugirió que le retirasen a ese lugar perdido, flotando sobre tonos turquesas que a ella tanto le gustan. Tampoco nadie le ha dicho que esa isla se hunde en el Pacífico, le quedan diez años paradisíacos de vida.

Volverás. Sonrío, ese pensamiento me mantendrá vivo.







* “Engarza en oro las alas del pájaro y nunca más volará al cielo”

Rabindranath Tagore (1861 ~ 1941)






[ecumedesjours]

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