lunes, noviembre 26, 2007

Mis Relatos Semanales

TINTERO VIRTUAL CCCXVIII - LA BARRA





El camarero fiel


Una barra de madera envejecida, el grifo helado y dorado con el que llenaba las pintas de cerveza, el “clinck” de los vasos de todos los tamaños, de tubo, anchos y estrechos, copas y jarras, las tazas de café a su hora, el humo, el rumor de las palabras pertenecientes a conversaciones ajenas en las que solían querer incluirme, y la música en la que me envolvía y soñaba sus vidas, aunque algunas fueran pesadillas.

Trabajé muchos años tras la barra de aquél garito al que más tarde otorgué eso que gustan llamar “con encanto” cuando, por fin, conseguí comprarlo sin préstamos ni hipotecas; nada debía privarme de la libertad que yo deseaba, por eso ahorré durante tantos años, por eso siempre me veías tras la barra de madera brillante por el recuerdo de tantas risas y lamentos vertidos en ella.

Después de tantos años sigo recordando vuestros nombres y gustos, vuestra propia historia y aquella con la que soñabais. Algunos nunca tuvisteis nombre y otros sólo me visitasteis una vez, lo suficiente para reconoceros en el cruce de cualquier camino.

El vecino de enfrente bajaba cada noche a tirar una bolsa de basura mientras su esposa no dejaba de cambiar canales en la televisión sin llegar a ver nada al completo, eso te exasperaba además de otras cosas. Bajabas a la calle cada noche, a la misma hora, abrías el contenedor y dejabas caer parte de tus basuras, cruzabas la calle y entrabas en mi garito. Sin hablarme yo te preparaba dos copas, cada una con la cantidad de ron ajustada al milímetro de tus gustos y apetencias, a la necesidad de evasión o inspiración que buscabas. Tomabas dos copas, una tras otra, apenas estabas siete minutos allí de pie, ni te sentabas en algún taburete, pagabas, me despedías con un gesto y volvías a subir a tu casa a encerrarte en el baño y a masturbarte como un adolescente.

De pronto, un día, me sorprendiste al entrar fuera de tu horario y visitarme en las horas en que yo debía lidiar con el desayuno de las madres después de dejar a sus hijos en el colegio. Ellas pretendían trastornar el rumbo del garito, pero jamás cedí ante sus horteras peticiones de música. Estabas sorprendido al comprobar el giro que daba el local en las horas tempranas de un día cualquiera, la barra se llenaba de tazas de café y leche de todos los tamaños y temperaturas, recuerdo tu broma al nombrar que jamás habrías imaginado tantas posibles combinaciones de leches, bollos y cafés. Disfrutaste viendo mi perplejidad, no sabía qué ponerte, me miraste a los ojos y supe que algo terrible había ocurrido en tu vida, fuera lo que fuese era demasiado reciente, así que te serví, sin que me lo pidieras, tu copa habitual de ron y sonreíste con una mueca a punto de llorar, yo sabía que no era emoción por nuestro entendimiento, sino por algo terrible y solo tuyo que jamás te pregunté. Esa noche volviste a bajar a tomar tus dos copas de ron con más volumen de basura que nunca, y la noche siguiente y todas las que le siguieron.

Una mañana, mientras servía múltiples formas de café, entro un hombre con olor a policía, tomó un café largo, americano y miraba tu casa desde allí, las ventanas, el portal de tu entrada y, por fin, se decidió a hacerme preguntas sobre ti. Dije conocerte, dije que cada noche de los últimos quince años venías a visitar la barra de mi garito, tomabas dos copas y subías a casa. No nombré tus bolsas de basura, no mencioné tu visita matinal del día aciago que te llevó a hacer en la noche múltiples viajes al contenedor. No dije nada de ti que yo supiera, no nombré lo desagradable que era aquella mujer que introdujiste en tu vida siendo casi un niño, en ningún momento comenté la sonrisa de felicidad que iluminó tu rostro a partir del día en que la desmembraste para hacerla desaparecer en el lugar donde siempre había debido estar.

Cada noche sigo sirviendo el ron ajustado al milímetro de tu gusto.


[ecumedesjours]


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