domingo, mayo 11, 2008

Mis Relatos Semanales


TINTERO VIRTUAL CCCXLI: "Entre fogones"


Armand es un cocinero excéntrico y apasionado. Su genio artístico le ha llevado a la cima de la Restauración, la conjunción de sabores logrados y la presentación de los platos ha revolucionado el mundo de tal forma que es requerido para todo tipo de proyectos y eventos de los cuales apenas ya le interesa alguno.

Le conocí saliendo de los estudios donde acababa de ser entrevistado, una charla breve que ya tenía pactada de antemano. Es un hombre muy atractivo, orgulloso, de aspecto y espíritu libre. Cuando le tuve frente a mi le pregunté por una de sus salsas más famosas y me mostró una sonrisa nostálgica que le llevó claramente a recordar. Le hablé de mi pequeña revista donde intentaba reunir cualquier expresión artística del momento y del apartado especial en que yo gustaba de localizar a las Musas y númenes que habían tras ellos. - ¿Quieres un café?, me respondió y yo acepté encantada.

Y así fue como, para mi sorpresa y sin esperarlo, supe de la existencia de una Musa tras Armand.

Un duermevela lo tenía entretenido una noche en que su lengua soñaba por él con un sabor, lo tenía en la puntita de la lengua y deseaba saborearlo. En un instante en que consiguió dormir el sabor fue extendiéndose cálido y dulce girando hacia tibio y con más fuerza, ya llegaba a la garganta cuando por fin iba a degustarlo y se despertaba una y otra vez. Decidió bajar a la cocina y buscar el sabor que invadía su sueño. Armand comenzaba a fundir una pizca de chocolate sin saber qué buscaba, estaba ensimismado en su lengua, en su sabor, calentó aparte un poco de agua y cuando estuvo tibia deshizo en ella unas pizcas de harina que espolvoreaba como un brujo mágico sin esparcir nada fuera del cuenco, mezcló el agua y la harina con aquella pizca de chocolate, no tenía prisa, mezcló todo aquello y apenas había elaborado una taza de aquél mejunje en el que introdujo un dedo y se lo llevó a la boca, cerró los ojos y escuchó una risa tras él. Silvia le estaba mirando mientras comía moras y fresas, a ella la despertó el hambre. Se acercó despacito a Silvia y fue siguiendo el rastro de un olor peculiar, familiar… El rastro le fue guiando hasta sus labios, Armand sacó la puntita de su lengua y la niña hizo lo mismo. Ambos sonrieron juntando sus lenguas. Acababa de encontrar el sabor de su sueño, una mezcla de chocolate tibio y el giro hacia las moras y las fresas despacio, lentamente, a fuego lento como los besos que saborearon aquella noche, tibios, dulces, cálidos.

Podían citarse en sus habitaciones, en la mejor suite del mejor hotel, pero siempre se encontraban en las cocinas. Al llegar la noche Silvia bajaba y encendía uno de los fuegos grandes, le seguía fascinando cada noche el zumbido de la llamarada, adoraba el calor en su rostro y en su pecho, se tumbaba sobre la mesa larga frente al fuego y esperaba a Armand. En aquella espera Silvia buscaba en la variada despensa comida, frutas, helados, zumos, frutos secos, miel… Él no siempre bajaba, a veces se dormía, otras estaba de viaje y otras veces, siempre en la Luna llena, bajaba a reír con su musa, a crear. Tenía veintiocho años y Silvia diecisiete, ella era virgen y a él le parecía un acto de dioses empaparse de los sabores de una doncella, eran juegos de cachorros. Adoraba a Silvia tal como era y no deseaba cambiarla, se besaban, se daban placer, pero nunca hicieron el amor. Armand había decidido esperar a que aquella juventud fuera dando paso a la mayoría de edad para amarla completamente. Pero... una noche Silvia le dijo a Armand que ya no podía volver con él, se había enamorado de un muchacho y habían hecho el amor. Armand sufrió un ataque instantáneo de dolor, fueron tres estacas a la vez, en el mismo instante, una dio en el estómago a la altura del ombligo, otra en el centro del pecho un poco hacia la izquierda, y la tercera en el cráneo, entre ojo y ojo. La vista de Armand se nubló, tuvo tiempo de sujetarse de la mesa y contener la respiración para que doliera menos, la cocina no resplandecía, los rostros estaban oscuros y fríos. Silvia se fue en silencio.

Después de aquella entrevista agridulce Armand desapareció del mundo de la fama. Solo yo sé que Armand sigue soñando con sabores y cuando llega la noche en luna llena baja a la playa desierta y olvidada, entra lentamente en el mar, dejando que el agua tibia del mediterráneo lo acaricie en cada poro, saca la puntita de su lengua y mezcla el sabor que trae de su sueño con el del mar.


[ecumedejours, 2º]




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1 comentario:

Anónimo dijo...

Dulce relato. Te atreves a publicarlo a www.topfanfics.com ?