lunes, marzo 08, 2010

Mis Relatos Semanales




TINTERO VIRTUAL CDXXVII - "Juegos de sociedad"





Dos viejos comiendo sopa
Francisco de Goya, 1819-1823
Óleo sobre muro trasladado a lienzo - Romanticismo
49,3 cm × 83,4 cm
Museo del Prado, Madrid, España


Vivíamos en un mundo casi perfecto y en las cercanas elecciones todo apuntaba a que ganaría la Asociación militar del PM (Perfecto Mundo).

El número de hijos se había limitado a dos por mujer, el aborto era la solución para interrumpir embarazos no deseados, defectuosos o caprichosos, nunca preguntaban el motivo. El Gobierno actual aconsejaba y facilitaba establecer un estudio genético previo al embarazo y seleccionar los embriones más fuertes, la gente reacia que no seguía estos consejos tenían “hijos de Dios”, como los llamaban en Gattaka. Los ancianos eran retirados voluntariamente a la isla Ashilo donde eran atendidos por personal cualificado en un mundo construido para la accesibilidad y especial atención de personas mayores. La educación era obligatoria para todos. Ninguna persona podía llegar a los dieciocho años sin tener una profesión y se incentivaban los estudios hasta finalizarlos con éxito.

Aunque el sistema flotaba sobre una economía amenazada todo parecía ir bien.

En cuanto el PM organizó el nuevo Gobierno tras las elecciones generales endurecieron las normas haciéndolas extremadamente rígidas. Se limitó a uno el número de hijos por mujer y prohibieron los embarazos libres, persiguieron a los “hijos de Dios” y los marcaron llevándolos al desprecio y así, considerados como seres débiles y disminuidos, quedaban estigmatizados y relegados a los trabajos más miserables. Se eliminó el sistema de pensiones y jubilaciones y se estableció la obligatoriedad del retiro a las isla Ashilo a la edad de sesenta y cinco años.

La población salió a la calle indignada y sorprendida, aquellas medidas desmesuradas no podían justificarse como único medio de salvar la economía del país frente a la amenaza de los mercados orientales. La población fue humillada ante la fuerte superioridad de un ejército de robots invulnerables y armados hasta el último tornillo.

Mis padres estaban enamorados, mi madre iba a cumplir sesenta y cinco años, era seis años mayor que papá, yo era una hija miope de Dios y la noticia nos partió el corazón.

Elaboramos un plan para escapar pero justo el día del cumpleaños de mamá vinieron a por ella, tuve suficiente tiempo para enrolarme como cocinera sin sueldo, únicamente por un plato de comida, en el barco en que mi madre haría su último viaje y mi padre había arreglado el viejo catamarán del abuelo con el que nos siguió a cierta distancia hasta que la guardia costera le obligó a desviarse de las rutas prohibidas. Una noche después de la cena me llamaron al camarote de los generales para felicitarme por la receta ancestral de la familia. Me llenaron de elogios mientras un camarero les servía licores y dos croupiers preparaban la mesa de juego. Lo que parecía ser una partida de poker con fuertes apuestas me impactó de tal forma que quedé petrificada al ver que los naipes eran fotografías de los pasajeros, iban a jugarse sus vidas y nunca llegarían a su destino. Así que la noche siguiente envenené a todo el mando con el postre favorito de la abuela que yo misma les serví. Antes de que entrase el camarero y los croupiers busqué el naipe de mi madre y lo eché por la borda junto con los restos de la cena mientras buscaba por todo el horizonte la silueta del catamarán del abuelo sin divisarla. Bajé al comedor de los pasajeros y engañé a los guardias, les dije que los generales me habían mandado llevarles un postre suculento ya que probablemente para muchos sería el último. De paso invité a los guardias quitándomelos rápido del medio. Y así fue como, de forma dulce y silenciosa, envenené a todos los mandos y guardias, que Dios me perdone. Abrí las puertas que mantenían encerrados a los pasajeros y les dije que tomaran el barco, les hablé de su destino y se rebelaron, encontré a mi madre y nos lanzamos al mar en un bote. Al amanecer nos encontró mi padre y pasamos al catamarán con la intención de irnos muy lejos y no volver jamás. En el camino encontramos islotes y atolones formados por cadáveres humanos amontonados. Navegamos varios días en silencio hasta que nos recogió un barco de la Alianza y nos llevó a un mundo más humano, lo que no sabíamos es cuánto duraría la humanidad en una Alianza cada vez más amenazada por la ausencia de conciencia.

Nunca volvimos a sonreír en nuestro exilio.

- l'écume des jours -


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