martes, junio 19, 2007

Al Filo de la locura - Capítulo VI



Barrio Gótico, Barcelona



Carrer de Montcada, Barcelona



Caminaban delante de mi dos enchaquetados catalanes hablando en su lengua materna, en esa misma en que se empeñaban fuese la mía. Les escuché nombrar la Estación de Francia y recordé mis siete meses en Barcelona. Barcelona... esa furcia de lujo, insaciable...

Viví en el carrer de la Princesa, iba caminando cada mañana hacia Vía Laietana, bajaba hacia el Paseo de Colón, cruzaba el final de la Rambla y me introducía en el World Trade Center (conocido familiarmente como WC), a veces hacía otro recorrido, Carrer del Comercio y Estación de Francia.


Paseo de Colón, Barcelona




Estació de França, Barcelona


Estació de França



Vía Laietana, Barcelona



Como Marcel Proust en su infancia yo tenía dos caminos, uno por la parte de la Estación y el otro por la Vía Laietana, pero siempre llegaba al paseo de Colón y allí me topaba con los motoristas muertos en combate; qué sonidos tan ridículos tienen las ambulancias en Barcelona, monótonas, sin ímpetu, le quitan la chispa del misterio y la angustia que provoca escuchar ese sonido alarmante, ¡qué sosos son los catalanes! Siendo ejecutiva, en Barcelona, ha sido la etapa de mi vida en que más inútil me he sentido, pasaba demasiadas horas en mi despacho, en mi jaula de oro, leyendo y escribiendo correos, sin prisa por volver a casa, entrevistando ingenieros, técnicos, informáticos en general para dar servicio a nuestros clientes, asistiendo a juicios con poderes otorgados por la empresa, para hacer frente a las demandas interpuestas por trabajadores despedidos fríamente, sin motivos, con finiquitos injustos, un papel canallesco, indigno de mi. Durante los primeros veinte días de mi estancia en esa ciudad coleccioné cinco denuncias, solo una merecida, consiguieron hacerme sentir una forastera indeseable, una forajida, una extranjera repudiada, no tenia tiempo de cambiar la matrícula, debería haber pintado una bandera catalana en el morro y otra en la parte trasera de mi coche, hubiera ahorrado dinero y cabreos, seguro. Pero, bueno, solo pagué una denuncia, escribí un alegato en mi defensa y en defensa de los derechos humanos, sobretodo de los derechos de una mujer acosada por un policía motorizado que simplemente por seguir su misma ruta debió mosquearse y me detuvo, yo estaba muy mona con mi falda corta, así que el poli empezó a pedirme todo lo que se le ocurría, todo estaba en orden, entonces sacó su talonario y comenzó a escribir mentiras diciendo que no llevaba el cinturón de seguridad, le di las llaves del coche para que buscara en el maletero, quizá no llevaba todas las bombillitas necesarias y reglamentarias y tendría un motivo razonable para multarme, se reía de mi mientras yo entraba en cólera, me dio su receta y al irse con la moto hizo ese gesto de estiramiento repetido de pata derecha mientras yo gritaba un: ¡hijo puta! salido de mis más tiernas entrañas, la gente que cruzaba el paso de peatones me miraba atónita. No recibí respuesta de aquél alegato, pero no tuvieron cojones para sacarme ni una peseta, eran los últimos tiempos de pesetas. Tan sólo ahora, cuando han pasado unos años de mi estancia en Barcelona, escuchando la lengua de aquellos catalanes, conseguí sonreír con algún pequeño recuerdo entrañable, incluso me pareció sentir el olor de las calles putrefactas del barrio gótico y aquellos callejones enterrados por bolsas y cajas de basura amontonada que hasta que no llegaban los hombres venidos de otros mundos para retirarlas parecía que los callejones hubieran sido tragados en la noche oscura, borrados y olvidados hasta la mañana siguiente.

¡Barcelona, possat guapa!



World Trade Center en Barcelona



Subí por la Calle del Prado y a la altura del Ateneo un mareo se apoderó de mi, entré dentro y me senté en el salón, estuve hablando con Valle-Inclán, me dejó estirarle de la barba pero me dio un pellizco y me desperté. Volví a casa en taxi, el whisky me había debilitado, subí los tres pisos y me desplomé en el sofá. Me despertó de madrugada Chloe, mordisqueaba mis pies, tenía hambre mi gatita. Salí al balcón a respirar la brisa cálida de la noche y bailé sola bajo la luna, sin aquél desconocido, me tumbé en la cama y seguí durmiendo.


Ateneo, Madrid


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